domingo, 27 de marzo de 2011

tres poemas sanclementinos


I.

 
Hay lugares
que son
como un oasis.

Están ahí, inmutables,
recordándonos
algún instante feliz.

Puede tratarse,
por ejemplo,
de un cantobar
o un puesto de panchos
(ambos ubicados
sobre la calle principal),
donde, tal vez,
el año pasado
estuvimos con una chica
apretando, como quien dice.

Eso, nada más,
eso que para muchos
es tan simple,
el contacto físico con la mujer que uno ama
(uso el término, tal vez, ligeramente,
pero que alguien se anime a definirme
qué es amar, a ver si no empieza
a confundirse con el cariño o la costumbre;
digamos mejor: que uno desea,
para evitar discusiones),
eso, para algunos,
es  felicidad pura,
y como tal, efímera.

Pero entonces, mágicamente,
los lugares que atestiguaron nuestra felicidad
irradian una especie de energía
-que poco tiene que ver con la nostalgia-
capaz de anular totalmente
nuestra lógica (al fin de cuentas son
espejismos del amor)
y de hacernos creer
que otros momentos como aquél
pueden ocurrir en su cercanía.

Y es así como saludamos
de buena manera
a la vieja que ahora está sentada
en el cantobar (lógicamente,
de día es un simple café)
o al pibe que nos mira
mientras come un pancho,
en el lugar exacto en que uno,
hace poco más de un año,
volvió a creer, por enésima vez,
que al fin la vida tenía sentido.





II.


Ver
al otro
como un hermano
(no como un enemigo)
y escuchar
sin miedo
lo que tiene para decirnos.

Verse a uno mismo
desde afuera
(como a través de una lente),
reconocer el error,
rendirse ante la evidencia
de un pensamiento más lógico que el propio.

Birra, maní, vino, empanadas
(en realidad una comida típica judía
cuyo nombre no recuerdo)
y luego, cuatro horas
de ardua discusión
sobre el modo correcto de vivir
-transparencia vs. diálogo,
o bien una dialéctica 
entre ambos-.

Después, otros temas
(Cortázar, Kubrick, la familia, la música).

Todo enmarcado
en esas cuatro paredes
del séptimo diez
que mi tía Lidia,
generosamente,
nos presta cada año.




III.


Creo que podría vivir
solamente
con mi guitarra,
un papel y un lápiz.

Tal vez con algunas cosas más,
es cierto (un equipo de música,
mis discos, algunos libros,
mi piano, mis teclados).

Pero decididamente
creo que podría vivir
sin internet ni microondas,
si tuviera, cada tanto,
la compañía de alguna señorita,
amigos que me visiten,
debates filosóficos
y partidos de River.

Solamente con eso
creo que sería
bastante feliz.

Y el amor, quién sabe.
A fin de cuentas,
no es algo que uno puede
encontrar, como suele decirse,
a la vuelta de la esquina.

Es más, tal vez para algunos
no llega nunca
o llega muy tarde,
cuando ya estamos
(luego de sucesivas decepciones)
muy metidos en nosotros mismos.

Pero en fin, de todos modos,
lo importante es la espera.

Y yo creo que sería feliz
esperándote
acá, lejos del mundo,
donde en el horizonte
agua y cielo se mezclan.

Tal vez, cuando llegues,
podemos ver juntos
el sol compartiendo, por un instante,
el cielo y el agua,
y sentir el frío del viento,
los pies sobre la arena
y el ruido de las gaviotas.




MJT
17,18,19/03/2011
San Clemente del Tuyú, Bs. As.