No
hace falta, en realidad,
que
me digas
nada.
Tampoco
hace falta
que
yo diga o calle.
Cuando
te miro, entiendo el mundo.
Cuando
me mirás, la música se detiene un instante,
deja
de sonar en mi cabeza,
dejo
de pensar en pentagramas.
Algunos
dirían que
ese
instante es la eternidad.
(En
realidad, creo que es al revés:
en
ese instante aparece
lo más terrenal del
ser humano,
lo
que nos iguala a todos,
lo
que nos recuerda que estamos
vivos)
Así
que no hace falta
que
digamos nada.
Dejemos
que el concierto siga.
MJT
26-05-2012