lunes, 13 de febrero de 2012

hasta siempre




Y un día te fuiste, Flaco.

Y ese día, definitivamente,
dejó de existir el mundo
tal cual lo conocíamos.

Cuando aquellas personas
que creíamos que nunca 
iban a irse
-porque nos parecían
eternamente jóvenes-
se van,
algo cambia en nosotros.

Empezamos a darnos cuenta
de algunas realidades.
Aunque ya las supiéramos, claro
(una cosa es la teoría
y otra muy distinta
el pelotazo en la jeta).


Flaco, no sabés cuánto lloré
aquel miércoles maldito.
Creo que te lloró un país,
intensamente,
introspectivamente,
sin demasiado ruido.

Es que vos eras
como un padre para nosotros:
siempre que nos sentíamos perdidos,
bastaba poner un disco tuyo,
ver alguna entrevista,
para volver a encontrarnos.

Nos enseñaste todo, o casi,
por lo menos mucho.

Nos enseñaste que mañana es mejor.
Nos enseñaste a ponernos color,
a vivir de azul, a no tener domingos.
A luchar contra la abuela que regula el mundo.
A no beber del agua de la miseria.
Nos enseñaste que después de todo
somos nuestra única muralla,
y que si no nos saltamos nunca daremos un solo paso.
Nos enseñaste que el amor es el único refugio posible.
Que las ciudades siguen cayendo y un niño nace.
Que si no cantamos lo que sentimos,
nos vamos a morir por dentro.
Que la lluvia borra la maldad
y lava todas las heridas del alma.
Que debemos conservar y cuidar con amor
este jardín de gente.
Que cada tonta cosa es música del sol.
Que todas las hojas son del viento.

Me enseñaste música, con tus
acordes impresionistas,
tus raras melodías,
tu manera única de componer.
Me enseñaste humor y poesía.

Tu inmenso legado
vive por siempre,
late con fuerza.

Cuando la tristeza de no verte más
poco a poco se diluya,
solamente quedará la alegría
de haber vivido en tu tiempo.

Hasta siempre, genio y maestro.
Y eternamente gracias.


MJT
13-02-2012