Limonero nuestro
que estás en el
parque,
símbolo de niñez
que aún perdura
en esta casa de
paredes muertas.
Arbol de pie en
un páramo sin vida,
templo de días
lejanos
de hamacas y sol,
tumba de los
juegos de la infancia
seguramente
profanada por última vez.
Danos hoy nuestro
licor de cada año
destruye los
fantasmas,
limpia heridas
(el alcohol, claro)
y líbranos del
invierno
y de tantas
noches de naufragio
y de oscuros días
sin años,
amén.
MJT
2/8/2015