martes, 25 de octubre de 2011

mediodía en la plaza san martín




I.


Gente. Destinos. Reloj.
Punto de intercambio: llegar / irse


Hotel lujoso:                               Estación de tren:
banqueros,                                      arquitectura,
trajes,                                             suciedad,
empresarios,                                      movimiento,
corbatas.                                             pueblo.        
Ancianos verdes,
de corteza gastada.
Faroles de otro tiempo.

Piedras que han soportado
demasiadas caricias,
besos, abrazos, discusiones.

Jóvenes, viejos, vagabundos.
Corriendo, caminando, durmiendo.
Exiliados de la rutina,
extraviados del mundo.

Ruido de tránsito.
Ruido de pájaros.

Y la torre ancestral
burlándose, indiferente,
cada quince minutos,
del tiempo.

                      
                                        

II.


Un vagabundo despierta de su siesta.
Con extrema lentitud, junta su ropa,
su mochila y una bolsa de consorcio.
(¿Serán sus únicas pertenencias?
Pienso en la cantidad de cosas materiales que poseemos...)

Caminando con dificultad,
examina cestos de basura.

La gente pasa a su lado, impertérrita.
Hemos aprendido a ignorar a los marginados.
Necesitamos hacerlo para seguir creyendo
en el sentido de nuestra existencia.
Como también aprendemos a creer en Dios.
En la familia, en el trabajo.
Son las cuerdas que imaginariamente nos sujetan,
evitando que nos precipitemos al vacío.


El vagabundo se me acerca.
Me saluda, me pide algo de plata.
(¿Sabrá que estoy escribiendo sobre él?)
Nos ponemos a charlar...

Tiene treinta y tres años.
Salió hace muy poco de la cárcel.
Le doy unas (pocas) monedas,
me despide con un afectivo “Dios te bendiga”.


Si verdaderamente existe un dios,
está en las calles, no en las iglesias.
Si verdaderamente existió aquél otro
vagabundo de treinta y tres años,
de nada sirven sus imágenes de piedra,
su adoración, las plegarias.


Vuelve a sonar la campana.
Ya escuché -y anoté en un pentagrama-
los cuatro diferentes “toques” para cada cuarto de hora.

Ya estuve acá una hora de mi vida,
deshaciendo tiempo, pensando.
Como tantos otros antes de mí.
Como tantos después.




 
 


MJT
15-10-2011