-Mientras el pibe “diez centavos nomás,
lo que usted pueda”, yo analizo uno de los
Cinco movimientos para cuarteto de
cuerdas op. 5 de Anton Webern;
al pasar nota la partitura y me pregunta:
“¿qué son? ¿tus canciones?”-
Asco por el feo.
Recuerdo al borracho del tren, simple y trágicamente alegre, tocándole el culo a una mujer bien vestida –“ni las más putas me quieren”-; qué profunda y humana su mirada, perdida en el vino... Y ni te cuento las caras de todos los pasajeros: desde la risa en vano reprimida hasta el fastidio y el odio -ésos sí que no se reprimen un carajo porque es un escándalo y hay que hacer algo al respecto sino esta sociedad se derrumba y no es justo para nosotros los ciudadanos respetables-.
También los niños.
Que cantan canciones.
(aunque no como las que yo iba leyendo, claro)
Que tal vez nunca existen.
Que son tan solo cuerpos vacíos y pequeños.
Escepticismo gordo. Vergüenza de las manos.
Televisor de cincuenta y tres pulgadas.
Teléfono celular de última degeneración.
Tortafritas de hambre con mermelada fina.
Disimulo chiquito.
(Por el canal de la fantasía tampoco creas que te va mucho mejor, te lo digo por si las moscas, viste, porque hay gente que piensa que la erección... no pará, ¿cómo era?... la eyaculación... no, tampoco; ah, cierto: la sublimación te ayuda a sobrellevar toda la mierda, pero están terriblemente equivocados quienes así lo crean porque no se puede estar todo el día sublimando, viste).
Fálicamente, el mundo.
Putrefacto.
Tarde o temprano destinado al colapso.
Corpóreo, che! (por internet)
Sin preámbulos.
Sin una gota de verdad (o algo parecido no crean que a esta altura voy a andar con pretensiones de una explicación filosófica no señor).
Y todo se oculta, se traga; hasta lo que se caga.
En los rincones las jeringas.
Desaparecen los muertos del hombre.
MJT
27/03/2007