domingo, 6 de marzo de 2016

crónicas de una mudanza



I.

Revisando el arcón de mi antigua pieza, en lo que pronto será "la casa de mis viejos", encuentro juguetes de la infancia: muñecos de Rambo, "G.I. Joe", Star Wars, varios Caballeros del Zodíaco (algunos posta, otros mas truchos), y los geniales Mis Ladrillos (que inevitablemente me pongo a encastrar).
Agarro algunos juguetes. Los huelo.

Entrecierro los ojos y veo a un chico de 7 u 8 años. Está subido a la cama de arriba, en la que se siente rey del mundo. Me mira y me hace una seña, invitándome a jugar. Subo a la cama. Hay varios muñecos ubicados estratégicamente, en un claro escenario de guerra.
Me explica que la diversión consiste en armar escenarios e inventar historias. Me cuenta que una vez que tiene todo listo para disfrutar de la acción, se aburre y pasa a otra cosa. Sonrío cómplicemente.
Me gustaría aconsejarlo, alertarlo sobre algunos monstruos que lo esperan ahí afuera. Que sepa cómo defenderse de la miseria del mundo (sobre todo, que entienda que DEBE defenderse). Pero lo veo tan feliz en su universo que decido dejarlo tranquilo.
De repente se esfuma su imagen, la habitación oscurece.
Aparece el mismo niño acostado en la misma cama, pero ahora pareciera tener 10 u 11 años. Está enfrascado en la lectura de Viaje al centro de la Tierra, de Verne. Es tarde y se nota que tiene sueño, pero no puede soltar el libro (seguramente debe andar por alguna parte dramática, como cuando Alex se pierde y encuentra la voz del profesor Lidenbrock, y ambos calculan la distancia que los separa por la velocidad de sus respuestas... o la parte del mundo subterráneo).
Decide dormir y apaga la luz. Desaparece su imagen, la pieza queda totalmente a oscuras. Se oye una música a volumen bajo. Es "La hija de la lágrima", de Charly. Ahora es "Relayer" de Yes. Ahora el concierto para piano nro 3 de Rachmaninov. Ahora la 9na sinfonía de Mahler. Ahora "The lamb lies down on brodway" de Genesis.
Mis ojos distinguen en la oscuridad una silueta recostada en la cama (ya serruchada y en el piso), con unos auriculares que van desde su cabeza a un equipo Philips. Es el mismo, pero a los 13 o 14, escuchando música a oscuras, sintiendo que ése es el único refugio del mundo.
"Claro -pienso-, ya está herido".
Vuelve la luz. Hay un muchacho escribiendo las paredes de la pieza. Frases de Cortázar, Sábato, Borges, Poe, Tolkien, Lennon, Spinetta, algunas propias. Tiene 16 o 17, el pelo largo y rulos. Tiene un teclado (Korg X3) tirado en su cama y un "SNM" pintado en la pared de la misma. Tiene posters de Rick Wakeman, Robert Fripp, Los Beatles. Se sienta en la cama y se pone a grabar improvisaciones con el "workstation" del X3. Salen algunas obras instrumentales (con influencias de rock progresivo).
También agarra una guitarra criolla e intenta acordes. Salen canciones que hablan de amores imposibles y soledades. Las deja, no las considera.
Igual que a los 7 años, se aburre con facilidad.

Muevo la cabeza y me despabilo.
La habitación está iluminada por la tenue luz de la ventana.
Afuera está nublado.
Es sábado, 13 de febrero de 2016.
Son casi las 15hs y tengo hambre, voy a cocinar algo.
Cierro el arcón de los juguetes.


II.

Esta vez sí me había invadido, sin que yo la viera venir y pudiera resguardarme. La muy guacha me había tomado por sorpresa. Estaba yo revisando partituras en mi pieza del fondo, cuando de repente oigo una voz quejumbrosa:
- Piedra libre, zopenco!
- Uf... qué hacés, Mela...
- Y, acá andamos... vengo a joderte un rato
- Pero la pu... Y claro, yo también: si no paro de revisar partituras viejas (en qué momento aprendí, analicé o leí tanta música, me podés explicar?), libros, fotos... Era obvio que ibas a aparecer.
- Sí, así me llamás, no sabías?
- Lo sabía, pero me olvidé
- Bueno, ahora cagaste: me quedo con vos
- Uh, Mela! No jodas, tengo que terminar de ordenar para la mud...
- Ah, lo lamento! Me hiciste venir hasta acá, mínimo me preparás un café.
- Bueh, dale

Mientras voy a la cocina y le preparo el café a Mela, pienso que gracias a ella han salido varias músicas y palabras, así que no puedo echarla. Pero tengo que tratar de que no se quede mucho tiempo porque me impide continuar lo que estaba haciendo.
Vuelvo a la pieza del fondo.
- Acá está tu café. Bien negro, amargo, nada de azúcar.
- Cómo me conocés
- La puta que te parió
- Jajaja, no te enojes, guachín! Ya me voy
- Dale, que tengo cosas que hacer

Miro por la ventana: el cielo se oscureció en un segundo. Y claro, pienso: esta hija de puta me saca, sutilmente, el escudo que me salvaba de la tristeza: ese sol de febrero. Le dedico una mirada fulminante a Mela (que pareciera no acatar, ocupada en revolver su taza).
Me resigno y sigo revisando partituras a su lado. Debe haber una forma de echarla para siempre, o al menos por un tiempo...
Se larga la lluvia. Su orden no se hace esperar:
- Andá a cerrar las puertas y las ventanas que se largó(ya)
- Y si no quiero?
- Se te van a mojar todos los recuerdos, que es lo único que tenés en esta casa, salame
- A la mierda, que se mojen. Ya me cansé de esto!
- No seas gil, te vas a arrep.. Qué hacés??
Me levanto intempestivamente y salgo al parque, dejando puertas y vetanas abiertas. Se irrita y me espeta:
- Te dije que cierres!.. Adónde vas? No ves que llueve??
Splash! Me zambullo a la pileta y nado con vehemencia. Panchita -como siempre- viene y realiza su clásico ritual de correr alrededor de la pile y ladrar. Nado bastante (unos 20 min) casi sin descanso. Salgo de la pileta y compruebo que cesó la lluvia.
Voy hacia la pieza: Mela desapareció. Debe haberse aburrido de mi indiferencia y sobre todo de mi acción. Entonces pienso que esa es la respuesta, siempre fué esa la respuesta: la acción.

Sale el sol nuevamente y viene a mi memoria ese mantra que nos dejó Luis Alberto: "aunque me fuercen, yo nunca voy a decir que todo tiempo por pasado fué mejor, mañana es mejor!". Lo canto.
Pongo el agua para unos mates, antes de seguir ordenando.
Pienso en Mela... me hubiera gustado despedirme, al menos.
Miro por la ventana de la cocina, afuera hay una atmósfera extraña. Subo al techo de casa y busco el cielo.
Entonces la veo, aunque no recuerde ya su nombre.
Ahora quizás se llama Vida, y me saluda con todos sus colores.


III – Pasos

1. Revolver la mierda. Dejarla pasar por última vez. Pelear.
Ensuciarse el alma con palabras hirientes, con tristeza infinita por lo que ya no es. "Yo crecí con sonrisas de casa, cielos claros y verde jardín...", la genial frase de García, entre otras tantas escritas en la pared de la adolescencia.
Enojarse como adolescente que se ve superado por dramas familiares y choca violentamente contra verdades que se derrumban. El fin de la inocencia, del mundo de cristal.
Dolor, la cara que se parte, la sangre en las pestañas, la oscuridad total. Patear cajas, aporrear el piano (pobre Ronisch, las que me has bancado, viejo). Llorar desconsoladamente.

2. Entender que es hora de abandonar guerras ajenas. Soltar.
Encontrar la paz y alegría en "los amigo", la familia verdadera, la elegida. Cerrar etapas con ellos. Últmas juntadas.
Asado de despedida, hoguera purificadora.
Certeza de que hay gente que va a estar siempre.
Encontrar felicidad en ayudar a los que están peor que uno.
Transformar la tristeza y bronca en fuerza y decisión para construír la vida nueva.

3. Acelerar trámites. Activar viajes.
Fletero Salvador, nombre insuperable ("negrito, este armario es casi nuevo, el otro día desarmé uno que era del año del torpedo"). Organizar papeles. No perder detalle.
Ir a buscar la heladera y la mesa (gracias, amigos!), llevar las sillas, los discos, la ropa que falta.

4. Despedirse de paredes, cuartos, plantas. Despedirse de Panchita y encargarle que cuide la casa. Despedirse del rioba. Caminar las calles, saludar vecinos.

5. Tomar el tren hacia el nuevo hogar.
Hacer las paces con el barrio, los padres, la herencia, la primera parte de la vida. Respirar hondo.
Sacar la última foto de la estación en la que uno esperó tantas veces. Esperar por última vez. Subir al tren.

6. Llegar al barrio nuevo y enamorarse. Recibir la llave, instalarse y sentir la felicidad que entra por los pulmones. Recordar el instante.





MJT – Febrero de 2016