viernes, 27 de abril de 2012

permeabilidades VII




Parece que sí.
Y entonces, sonreímos y
nos levantamos
temprano.


Y transmitimos, dicen,
otra energía.


Entusiasmo.


Volvemos a contemplar
el mismo viaje
en aquél tren imaginario
que une –mágicamente-
a Llavallol con
Adrogué, Padova,
Guernica, San Clemente,
Ituzaingó, Adrogué otra vez,                   (todavía huele a
Asunción, Bella Vista,                         perfume de enero)
Almagro, La Plata
y hasta Berlín.



Volvemos más atrás, todavía.
A esos pasillos, ese salón de actos,
ese piano de cola,
-en el que nos acompaña otra vez
el genio de Wolfi,
solo que unos 300 KV más adelante-,
esas paredes
eternamente viejas,
-algunas todavía tienen
marcas de mochilas gastadas-,
esos pasillos
que ya no escuchan,
pero reconocen nuestro paso.

(Ojo, también podríamos
contemplarnos nuevamente sentados
en ese café de Lomas de Zamora,
el puntapié inicial de todo esto)

Doce años después,
la misma sensación
-tan linda-
de pertenecer.


Aunque de pronto parece que sí.
Que algo es diferente.
Que definitivamente, este otro viaje.
Que “ya no es ninguna”.                       
Y que ahora es adelante.

Como si entendiéramos finalmente
nuestra propia canción.

Entonces decidimos,
casi por vez primera,
el recorrido.
Y es que ya no hay tiempo de detenerse,
a esperar
a pasajeras de ayer,
que viajan
colgadas de nuestra memoria,
como en una especie de hora pico
de amores e ilusión.

Y al no esperarlas, claro,
pasamos de largo
-¡por fin, che!-
las viejas estaciones.





MJT
27-04-2012